Heinrich Anton Müller inventó una máquina para cortar uvas que iba a revolucionar la industria vinícola pero le robaron la idea antes de poder patentarla. El disgusto le llevó a la locura, o al menos sirvió de detonante. Fue internado en el Hospital Psiquiátrico de Münsingen (Berna) compartiendo destino con otros personajes ilustres de la esfera creativa, poetas como Robert Walser y Hans Morgenthaler, el escritor Friedrich Glauser, el escenógrafo Adolphe Appia y el bailarín Vatslav Nijinski.
Allí pasó mucho tiempo refugiado en un agujero que había cavado en la tierra. Aunque siempre protestó contra su confinamiento, supo reconciliarse con la locura, a la que convirtió en su razón de vivir. Construyó varias máquinas sin aparente funcionalidad, que parecían estar destinadas a producir energía y movimiento sin canalización alguna. Ninguno de sus inventos sobrevive, la mayoría fueron destruidos por él mismo en señal de protesta.
También realizó múltiples dibujos en toscos cartones o en papel de embalar. Creo así el universo de personajes de línea temblorosa y ondulante que tanto fascinó a Dubuffet.
Otro de sus pasatiempos era mirar por una especie de catalejo a un pequeño artilugio que nadie sabía lo que era y que los médicos interpretaron como el icono de una sex symbol.